CONCHA DE LUZ ahora también en Amazón

Isabel A. Martínez Miralles

Introducción de la autora

Isabel Ascensión Martínez MirallesLa llamaban Concha, aunque su nombre era Concepción Miralles Carrillo. Y vino a ser luz de muchos, a través de su apariencia, humilde y sencilla, manso pabilo prendido siempre a la alegría.

Húmedas , aún, la pluma y la memoria, tras la inmersión llevada a cabo en las infinitas aguas del espíritu que alientan el eterno misterio que llamamos MADRE (si bien la vivencia es única e intransferible en cada caso), sólo pretendo poner de manifiesto la verdad de una experiencia y un sentir que trascienden lo personal, pues si, únicamente en ese plano residieran, no por ello carecerían de fuerza y validez, mas, se hace mayor su alcance y su pujanza al saberse compartidos, experiencia y sentimiento, por tantas y tantas personas, de toda índole y condición, que dan fe de la autenticidad de un carácter, un temple, una actitud, la de Concepción Miralles Carrillo, mi madre en este mundo, que podrían resumirse en tres palabras: servicio, alegría y generosidad.

Otros muchos valores adornaban su personalidad, grácil y espontánea en extremo, que no albergaba ni daba lugar a recovecos ni dobleces. Sin embargo, son los tres valores mencionados anteriormente los que se erigen en pilares de su vida y delimitan los senderos por los que transcurrieron sus pasos, en relación con cuantos la conocieron y trataron.

Amante apasionada de la cultura y el conocimiento en general (aunque no tuviera ella la suerte de deleitarse en sus mieles, por ser niña de posguerra y obligada al trabajo prematuro) y de la independencia femenina, alentaba a todas las muchachas del pueblo, y a cuantas, más o menos conociera, a realizar estudios con los que poder mejorar su condición y lograr una legítima autonomía.

Dentro de la propia familia, y a un lado y otro de la misma, ejerció su influencia a favor del saber, de los estudios, abrir los ojos a una más elevada realidad.

También a las madres aconsejaba sobre esta necesidad, que ella sabía transmitir como imperiosa, fundamental, descartando, sistemáticamente, la opción por los trabajos esclavistas y serviles, en los que muchos, en aquella época, incurrían, también por sistema.

Muchas jóvenes deben hoy su apetecible situación laboral y su cultura, a su ayuda y ascendencia.

Si el servicio está relacionado con el trabajo, Concha, siempre lo desempeñó con la alegría del que se siente agradecido por ello, en deuda con la salud, de lo cual era clara evidencia, y de la oportunidad, ofrecida como un regalo del Cielo. Oportunidad de compartir, de hacer el bien, de transmitir sabias palabras de consuelo, aliento y esperanza, de reconciliación y perdón. Jamás desaprovechaba la ocasión de ejercer de sanadora emocional, de psicóloga y hasta de sacerdotisa, de todas aquellas personas que en ella confiaban sus cuitas y pesares, sus queridas clientas, a quienes ella consideraba sus amigas.

Todo lo hacía con su sello particular, imposible de imitar, por ser forjado en la fragua de la generosidad más pura y genuina. Nada la describe mejor que el epitafio, que en su lápida reza: “Dios ama al que da con alegría”, bíblica promesa paulina, que, desde la fe, se convierte en incuestionable certeza. Certeza que une a todas las gentes de bien en una común creencia, más allá de toda raza, religión, distancia geográfica o condicionamiento de cualquier especie: la de que son los más nobles valores que anidan en el corazón humano, los que, en última instancia y , en definitiva ,nos unen y merecen ser recordados y tenidos en cuenta. Y eso es posible hallarlo en Irán o en España, en Murcia o en Turquía, a lo largo de varios años o en el último instante; dentro de una religión oficial, poderosa, o de otra, minoritaria, rechazada o marginal; en la truculenta y vertiginosa urbe o en el insoslayable contacto de una lúbrica, piadosa o inclemente naturaleza.

De la misma manera que el oro frente al metal innoble, sólo el Bien permanece.” El amor no pasa nunca”

PRÓLOGO DE SOREN PEÑALVER

LA PIEDRA ANGULAR

Soren Peñalver“Dios ama al que da con alegría”. Así reza un epitafio precioso, que define generosa y espiritualmente a una mujer a la cual no llegué a conocer en el espacio o la realidad física, pero que otra mujer, su hija, que la amó tanto ha sabido, hermosamente, interpretar (misterios del corazón, vida intensa, trabajosa en extremo y en difíciles tiempos, bondad y largueza, sensibilidad, humilde inteligencia, elegancia natural) en unas páginas concretas: Concha de Luz.

El nombre de Concepción Miralles Carrillo está unido al innominado ser al que el destino quiso encaminar mis errabundos pasos de juventud, hasta su lecho de moribundo y, seguidamente, acompañarle, sumado al séquito de deudores y quienes le amaron, hasta su sencilla tumba.

Dos lugares, distintos, y muy distantes en el espacio, aúnan las ejemplares existencias de Concepción Miralles y de un muchacho musulmán, que murió mucho antes que ella, pero que perteneció a su misma generación. Un pueblo de los lejanos montes Taurus (Turquía oriental) hermana, contra el espacio y el tiempo, con sus ventarrones polvorientos preñados de aristas de mica, los alientos bucólicos de otros lugares, las valvas que guardaron y sellaron para la Eternidad, la vida de Concepción Miralles: Torre Pacheco, en donde se abrieron sus ojos, y Los Ramos que los cerraron con un beso de luz edénica, tras una plena vida.

Entre los orientales, y más concretamente en Centro Asia, la complejidad religiosa es difícil de catalogar. Los nestorianos, los adoradores del Ángel Caído y los devotos de Manes o Mani, han sido erróneamente interpretados por los seguidores de las tres religiones vencedoras del Libro. El viento, los vientos (como escribe Amín Maalouf en Les Jardins de lumière, mi novela favorita del autor libanés), en Mesopotamia, corren, como las aguas, de la montaña hacia el mar, nunca hacia tierra adentro. Aquel hombre joven que murió el día mismo de la llegada a su pueblo, al pie mismo del nacimiento del Tigris, y que era un cantante y músico sufí al que todos, chicos y grandes de su entorno, veneraban, ha vuelto a mi memoria al leer Concha Luz, al saber de la mujer inspiradora de unos versos elevados “en súbitos destellos de alma blanca”. Este libro de amor, cuya autora Isabel Ascensión Martínez Miralles elaboró en su corazón con denuedo, inteligencia , con tesón y sin esfuerzo, cuaja en versos hondos y bien medidos: “Tú siembras las noches de figuras / que el firmamento acoge con sorpresa / y cada día que llega tiene el sello / de tu mano de ofrenda permanente” (“Cuánto quedó de ti…”, pág. 36). También, en estos otros versos, extraídos de un recuerdo íntimo y de cotidiana ternura impregnados: “… me dijiste algo bello que me honraba. / Me preguntaste si sería posible, acaso, / si no me molestaba / que, llegado el momento, te vinieses / a habitar con tu asistenta esa morada” ( “La Casica Pequeña”, pág. 57).

Isabel Ascensión Martínez Miralles es una profesional y estudiosa en variados frentes; además es autora de otros libros y poemarios, como este que despliega los poemas de homenaje a quién le dio la vida. La obra, en cada una de sus páginas no es materia para ser comentada, explicada, o de introducción.

Isabel Ascensión consigue que su progenitora sea la única protagonista de Concha de Luz. Y lo logra, bella y sublimemente. Su voz, propia, experta y amantísima, es la cuerda órfica que un lejano instrumento, el de aquel malogrado y virtuoso joven sufí, que era parecido al pintor y poeta iraní Sohrab Sepehrí, timbra desde la distancia.

Allí, en su tumba, se plantó un rosal, en un día todavía invernal, bajo la nieve, fuera de tiempo, que arraigó y floreció, y del que me informan los nuevos viajeros que hasta allí llegaron, da rosas olorosas y como del color de vino nuevo. Un esqueje de parecida rosácea hunde las manos amorosas en la tierra fértil en la cual reposa, “bendita y pura, / eco de luz del Creador”, Concepción Miralles Carrillo.

Paseando entre la calina de la tarde huertana, se contempla: “La casica pequeña que sigue /sola en la gris orfandad de tu recuerdo”. Estos delicados versos casi finales del poema antes mencionados, resumen el estro indómito, caudaloso, imparable, fluido, raudo, ondulante, remansado, como el Tigris en su descenso, hacia el mar, después de unirse al Éufrates, arrastrando aquellas pequeñas piedras que no aprovecharán jamás los constructores, pero que alguna de ellas está destinada a convertirse en la piedra angular del Hogar del Espíritu.

La luz del sentimiento por Francisco Serrano Hernández

Francisco Serrano HernándezUna mirada crítica al poemario Concha de luz, de Isabel Ascensión Martínez Miralles.

En fechas recientes hemos podido asistir en Murcia a la presentación del poemario “Concha de luz”, de la poeta murciana Isabel Ascensión Martínez Miralles. Se trata de una obra de tema elegíaco en torno a la

figura de Concha, madre de la autora, cuyo fallecimiento constituyó en su momento el punto de partida, el gérmen agónico y desgarrador que motivaría el libro, si bien a través del transcurrir del tiempo Isabel ha sabido catalizar el dolor primero y alcanzar una visión serena, sustentada en dos pilares inexpugnables que nada ni nadie podrá jamás abatir: una profunda fe cristiana, y la posesión de lo amado a través del recuerdo.

“Concha de luz” está constituido por 44 poemas, en los que predomina el verso de arte mayor, primordialmente endecasílabo. No obstante, encontramos excepcionalmente alguna composición en octosílabos, como es el caso de “Anoche soñé con ella”. En ocasiones, el cambio de métrica dentro del propio poema sirve como elemento amplificador del estado de ánimo o de la carga emotiva: por ejemplo, la “Copla de la concha rota”, en perfectos endecasílabos, se cierra con dos versos heptasílabos, en dramático pie quebrado:

Tu hija mayor, contigo, por ti, rezaba a solas.

 

Recogiendo la tradición elegíaca de la literatura castellana que, como es sabido, se remonta a Jorge Manrique, y que ha tenido brillantes ejemplos en las letras hispanas del siglo XX, como García Lorca o Miguel Hernández, Isabel quiere hacer especial referencia, precisamente, al poeta oriolano, quien dedicó una inmortal elegía a Ramón Sijé, su “compañero del alma”. En el poema que sirve de pórtico a Concha de luz, titulado “En los Ramos, Miguel”, Isabel hace un personal parafraseo del célebre poema de Hernández:

En Los Ramos, Miguel, como del rayo, también como del rayo se me ha ido esa alma espléndida y grandiosa

con quien tanto quería: la madre mía.

 

En ambos poetas, el dolor se hace tan inabarcable que su alcance no puede delimitarse por la conciencia:

No hay extensión más grande que mi herida… (Miguel Hernández)

…y aún no calibro la hondura de esta herida. (Isabel A. Martínez)

La mención explícita de la población natal también nos trae ecos del autor de Viento del pueblo, en el poema “Cuánto quedó de ti”:

“En Orihuela, su pueblo y el mío,…” (Miguel Hernández)

“…de tu pueblo, Los Ramos, tan querido” (Isabel A. Martínez

La puerta de la casa

“La eternidad es en el recuerdo, el recuerdo de quienes la conocieron y amaron y de esta manera la traen de nuevo a la vida.”
Julio Navarro Alvero
Julio navarro alvero
Actor intérprete de Don Juan Tenorio y animador literario

Presentación oficial de Concha de Luz

Presentación oficial en Murcia, el día 25 de marzo de 2011, en el IES Licenciado Cascales , del poemario Concha de luz, cuya autora es Isabel Ascensión Martínez Miralles. La presentación fue llevada a cabo por D. Juan Tomás Frutos (decano del Colegio de Periodistas de la Región de Murcia),D. Ginés Aniorte (maestro y poeta) y D. Soren Peñalver (crítico y poeta). Al piano, Francisco Serrano. Rapsodas: Irel Faustina Bermejo, Gloria Corbo y Julio Navarro. Intervención espontánea de la poetisa Francisca Martínez Usero.. El premio internacional de literatura basada en valores tiene su origen en este poemario. Este video recoge íntegramente todo el acto, con una duración de 1hora ,25 minuto
Concha de Luz Primera Edición
PRESENTACIÓN OFICIAL DE CONCHA DE LUZ
25 de Marzo de 2011

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